Se cumplen ya 4 meses desde la aprobación en la Comunidad de Madrid de la LEY 2/2016, de 29 de marzo, de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y no Discriminación de la Comunidad de Madrid.

Para mí, es una ley claramente ideológica a la que finalmente se ha sometido la Comunidad Autónoma de Madrid que debería haber tenido más personalidad y fortaleza y resistir las presiones de este lobby social. La ideología de género arranca en la lucha de clases de Engels y su intento de construir una sociedad a capricho del hombre sin la intervención de Dios, del que reniegan las ideologías comunistas; se quiere sustituir a Dios por el gobierno del hombre -sólo unos pocos y privilegiados elegidos no por mérito sino por conquista-. Hay un problema claro para la estulticia humana cuando nos enfrentamos a conflictos morales debido a que no tenemos un sistema de defensa que nos provoque dolor cuando actuamos contra la ley natural. Es evidente que el dolor físico que sentimos cuando acercamos la mano al fuego nos grita que el calor excesivo y concentrado daña nuestra carne; por ello no se nos ocurre decir que el fuego se puede tocar sin sufrir daño y aceptamos esta realidad palpable. Podríamos inventarnos una realidad paralela y convencer a la gente de que es solo una sugestión del subconsciente, pero lo único que lograríamos es abarrotar la sala de quemados de los hospitales con nuestros seguidores. Realmente somos conscientes de que el dolor es una defensa del organismo para reconocer la realidad y cuando ésta falla (casos de CIPA -Congenital Insensitivity to Pain with Anhidrosis-) caemos en la cuenta de la dimensión del problema de negar la realidad.

Tener directrices morales y explicárselas a nuestros hijos o alumnos es una obligación y son éstas las verdaderas barreras que impiden caernos en múltiples agujeros: depresiones, baja autoestima, vacío del alma… conflictos que afectan al hombre en lo más profundo e íntimo de su ser. Advertir sobre el peligro de tomar esos caminos no significa actuar en contra de las personas, que caemos y nos equivocamos muchas veces; al contrario, suponen un faro al que volver la vista, una referencia de agarre que nos ayuda a retomar el verdadero camino de nuestra vida. Por ello, es por lo que esta ley aprobada que establece normas morales contrarias a la ley natural suponen un grave desequilibrio y un atentado contra la educación de nuestros hijos y nuestra sociedad.

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Cuando el conflicto es moral y afecta a la personalidad o la psicología y equilibrio mental del hombre, no tenemos una defensa directa que nos haga patente esa realidad, pero el mal que acarrea no reconocer ese desorden o desequilibrio es mucho más dañino que una quemadura en la mano. Los síntomas de que algo es irreal o construido por el hombre suele venir acompañado de una complicación o dificultad en poder explicarlo. Aparecen construcciones artificiales intentando justificar o explicar algo que es mucho más sencillo y simple. Confundir sexo -sólo hay 2- con género -como si fuéramos animales o frutas- ya nos indica que el legislador quiere construir un paradigma que no existe. A fuerza de repetirlo consigo normalizar palabras que van contra la dignidad de la persona y abrir puertas que nos conducen a la construcción de realidades inventadas y coloreadas por el hombre, pero que la naturaleza se encarga de rebatir o deshacer. Pero el juego semántico hace que con el tiempo asumamos palabras con significados y connotaciones erróneas. Yo puedo crear un híbrido como la nectarina pero no con una persona: o es un hombre o es una mujer, pero no es un trans. ¿Qué es un trans?.

La orientación sexual, la intersexualidad, la identidad sexual son construcciones sociales para negar la realidad de nuestra naturaleza. Parece increíble que reclamemos pruebas de la existencia de Dios y construyamos castillos en el aire para renegar de lo que vemos claramente con los ojos y distinguimos desde que nacemos como hombre o mujer. Esto no supone ser homófobo o tránsfobo ¡vaya palabro!. Supone sencillamente reconocer la realidad.

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Hay que insistir mucho en que hay que distinguir entre la acción condenable que podemos cometer cualquier persona y la persona misma; condenar la acción reprobable no supone condenar a la persona, sino animarla a reconocer el mal de su acción para intentar no volver a realizarla. Pero a la persona siempre hay que acogerla.

Hay un porcentaje ínfimo de casos en los que puede haber un conflicto entre la personalidad del sujeto y su cuerpo. Aquí entramos en un terreno muy delicado y no quiero herir ni utilizar cualquier palabra que pueda ser malinterpretada. No soy psicólogo o psiquiatra para saber ser preciso en el lenguaje, y pidiendo disculpas de antemano si no consigo esa delicadeza que busco, me parece evidente que ese conflicto debe ser tratado y que ese caso concreto se aparta de lo normal. Y no podemos decir que es normal porque no es así. Aquí estoy hablando del problema, NO de la persona que lo sufre. Nuestra obligación es acogerla, entenderla y tratar de resolver su conflicto sin engañarla. Esto no supone violar su dignidad, no supone una discriminación, no supone ninguna clase de menosprecio. Sin comparar en absoluto la relevancia de los casos, si se me cae el pelo voy al médico para tratar de detener esta caída y no por ello soy señalado en aspecto alguno o soy discriminado o perseguido. Sin embargo en temas morales o psicológicos la sociedad se ha dejado doblegar a la construcción de realidades inexistentes. No creo que sea la mejor forma de ayudar a las personas que sienten este conflicto, orientarles asegurándoles que no pasa nada, que eso es normal y evitar resolver su conflicto. ¡Eso no es ayudar! ¡es huir del problema! les damos la espalda cuando te están gritando ¡ayúdame!. Y esto no significa que porque tengamos problemas debemos ser apartados o menospreciados. Queremos que nos ayuden.

Pero estos legisladores introducen un problema grave para los educadores, para los padres y para los propios niños. Es ingeniería social esta deconstrucción de la evidencia y una cesión a esas fuerzas sociales que han conseguido tergiversar los conceptos de sexo y dignidad de la persona con género y discriminación, a pensar de forma diferente a sus postulados. Bajo ningún concepto se debe perseguir o aislar a ninguna persona, de la misma forma que nos se puede imponer al resto lo contrario a sus valores y principios en forma de ley.

Esta forma de abordar problemas tratando de obviarlos e incorporarlos y hacerlos pasar por algo normal es la mejor forma de agrandar el problema, generalizarlo y confundir sobre todo a los niños en su desarrollo emocional. Esta sociedad que fomenta la irrealidad es culpable de todos los casos derivados de su abandono y legislar además sin respetar los derechos humanos acentúa este desastre y guirigay construido artificialmente.

Yo quiero y he querido a mis amigos, pero nunca he sentido el deseo sexual por ellos. Entiendo también que una chica también quiere así a sus amigas. De ahí a creer que eso debe pasar a un plano físico de entrega hay un abismo. El problema es que algo natural en el ser humano como es el amor hacia sus semejantes y cercanos se mezcle con una relación de pareja, que se diga que es normal experimentar y que incluso se incite a ello. En el fondo todas estas corrientes son claramente un empeño en destruir la familia y erigir al estado como dictador de comportamientos y máximo dios de la sociedad. Cuando nos inventamos y construimos realidades paralelas, automáticamente aparece el capricho personal y la demanda de antojos: niños a medida, ‘familias’ a medida… es cuando realmente aparece la discriminación y la explotación de la inocencia y de la persona.

Díganme cómo va a poder un formador de un colegio católico en el terreno afectivo-sexual enseñar a sus alumnos el concepto trans. No le puede decir a un niño que puede construir su identidad sexual como quiera, porque este educador encuentra ridícula esta afirmación y entelequia. El niño tiene derecho a que le enseñen y eduquen en el amor cristiano, no en la construcción artificial del momento. Sobre todo en la adolescencia, cuando se disparan y desordenan todas las hormonas, necesita guía para controlarlas y tranquilidad para reconocer que esos cambios de humor son normales. Incitarles a descubrir su identidad sexual, a probar cualquier cosa que le apetezca no puede ser más irresponsable y generar mayor confusión, vergüenza y vacío en el niño. Satisfacer los apetitos sin control suele derivar en dolor de estómago cuanto menos.

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En fin, que esta ley tan moderna y progresista aprobada por la Asamblea de Madrid es claramente un atentado contra los derechos de los niños, de los educadores y de los padres. Es una ley ideológica infumable que vende supuestamente tolerancia y respeto cuando lo que en realidad hace es atropellar la libertad y la dignidad de la persona.

Espero que tanto los colegios católicos como los no católicos luchen dentro del marco legal para defender sus idearios contra este escenario opresivo e ideológico. Somos los padres los que tenemos que velar por la educación de nuestros hijos y en este sentido los legisladores no pueden meterse en este terreno. Si esta filosofía y transmisión ideológica fuera del agrado de otros padres previamente informados en sus centros educativos y es lo que quieren para sus hijos que lo demanden. ¡Pero, por favor, no nos impongan consignas morales a los demás! Lo que no puede ser es que el sistema imponga ideas morales a nuestros hijos contrarias a nuestros valores y creencias cuando la Constitución nos ampara y establece justo lo contrario.

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Art. 14. Cap. II. Título I

Última modificación: 05/07/2019

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